Page 34 - Grito hacia Roma
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                                             Grito hacia Roma
                                             (Desde la torre del Chrysler Building)















          Texto fijado en la edición         Manzanas levemente heridas
          de Andrés Soria
          (Federico García Lorca,            por finos espadines de plata,
          Obras completas I, Prosa y Poesía,    nubes rasgadas por una mano de coral
          Biblioteca Castro, Madrid, 2019)
                                             que lleva en el dorso una almendra de fuego,
                                             peces de arsénico como tiburones,
                                             tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
                                             rosas que hieren
                                             y agujas instaladas en los caños de la sangre,
                                             mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
                                             caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
                                             que unta de aceite las lenguas militares,
                                             donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
                                             y escupe carbón machacado
                                             rodeado de miles de campanillas.


                                             Porque ya no hay quien reparta el pan y el vino,
                                             ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
                                             ni quien abra los linos del reposo,
                                             ni quien llore por las heridas de los elefantes.
                                             No hay más que un millón de herreros
                                             forjando cadenas para los niños que han de venir.
                                             No hay más que un millón de carpinteros
                                             que hacen ataúdes sin cruz.
                                             No hay más que un gentío de lamentos
                                             que se abren las ropas en espera de la bala.
                                             El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
                                             debía gritar desnudo entre las columnas,
                                             y ponerse una inyección para adquirir la lepra
                                             y llorar un llanto tan terrible
                                             que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
                                             Pero el hombre vestido de blanco
                                             ignora el misterio de la espiga,
                                             ignora el gemido de la parturienta,
                                             ignora que Cristo puede dar agua todavía,
                                             ignora que la moneda quema el beso de prodigio
                                             y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
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